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SALSA CON SENTIDO SOCIAL

Por: Jorge Agudelo Moreno.

La salsa desde sus orígenes siempre estuvo allí, con el barrio, con el pueblo. La salsa con sentido social fue una expresión que especialmente en la década de los sesenta, en los setenta, en los ochenta y algo de los noventa, tuvo un amplio espacio entre los artistas y una gran aceptación entre el público. Ante tantos temas para tocar, hoy seleccionamos este tema porque dentro del III Festival de la Universidad de la Felicidad, que se realizará los días viernes 11 y sábado 12 de octubre, he sido invitado por su organizador, el Doctor Samuel Prieto, para que a las 10 y 30 de la mañana del viernes 11, en el Auditorio Neguanje, de la Universidad del Magdalena, hagamos una charla sobre “La Salsa con Sentido Social”, invitación que estaremos atendiendo con mucho gusto, y a la cual invitamos a todos nuestros asiduos lectores para que pasemos un rato agradable y de felicidad…Ok?…Allí nos vemos pues…

Hoy, en medio de la agitación que viven las ciudades y los países, algunos, sobre todo esa vieja guardia musical, han recordado aquellos clásicos que se convirtieron en himnos de lucha, que sonaban en las marchas, en las manifestaciones y todos los primeros de mayo de hace algunos años, y que simbolizaron la inconformidad con realidades que tal parece no han cambiado mucho, y que aún continúan vigentes, como las letras de discos tan recordados como “Fuera Yanqui”, del inquieto anacobero Daniel Santos, “Gracias a la vida” de Violeta Parra interpretada por Mercedes Sosa o “Los Americanos” del cantante argentino Piero… Ya unos años antes, en los cincuenta, Daniel Santos le había cantado al campesino pobre y desarraigado que tenía que regresar a su rancho sin haber podido comprar nada para su familia. Y ese lamento borincano se transformó en un símbolo para comprender cómo duele la pobreza y un ejemplo de la eterna frustración latinoamericana… “Y triste, el jibarito va, pensando así, diciendo así, llorando así por el camino…

Qué será de Borinquén, mi Dios querido, qué será de mis hijos y de mi hogar”. En el ‘Negro Bembón’, composición de Bobby Capó, se denuncian los estragos del racismo y la inconformidad de quienes lo han padecido. Ante todo, es una crítica a la exclusión social hecha desde la cultura popular y, de esta manera, Ismael Rivera se iba transformando, cada vez más, en la voz de la comunidad negra y pobre, en el cantante de las víctimas del racismo, especialmente con “Las caras lindas” …

En 1972, con la salsa en pleno furor, nuestra cosa latina metiéndose en todos los rincones del New York latino y permeando el centro y sur del Continente, aparece un incontenible Frankie Dante. Este dominicano que era todo un marginal, un incomprendido, fue apartado por el sello Fania, por Pacheco y Massuchi que no valoraban su proyecto musical y comienza a producir unas fusiones poderosas, contestarias que serán parte del boom salsero. “Presidente Dante” hablaba del sueño de todos, de qué haríamos para ayudar a los otros si tuviéramos una migaja de poder para transformar la sociedad. “Si yo fuera presidente no habría fuerzas armadas, las guerras se acabarían, los muchachos regresaran a casa, donde pertenecen”. En el Bronx latino, donde cientos de jóvenes eran enlistados para combatir en Vietnam, el tema de Frankie se escuchaba con fervor y con dolor, al igual que la famosa pieza “Alcalde de Mi Pueblo”, de Ricardo Rey y Bobby Cruz, donde se exalta la calidad que se debe tener en cuenta para la elección de un Alcalde como la honradez…

Y entonces llegó ‘Ciencia Política’ y Frankie Dante , el incomprendido, fue aún más segregado y enviado al ostracismo porque su música era iconoclasta, subversiva, agresiva, antisistema. Pero su semilla quedó sembrada en quienes surgieron después y entendieron que allí había un bosque de inconformidades que el género podía reflejar, porque al final la salsa se afincaba en la calle, en la esquina, en los problemas cotidianos, “en la lucha por conseguir los cinco pesos”, como dijo en una oportunidad Henry Fiol. Unos jovencísimos Willie Colón y Héctor Lavoe lo entendieron pronto y aunque no eran tan filosóficos como Dante, también decidieron cantarles a las penurias de cualquier calle de algún suburbio de nuestros países del sur de barrio, sobre todo a esa marginalidad, soledad y violencia que padecían los chicos latinos en ese barrio de ‘guapos’ que era el Bronx. Y fue así como estos ‘chicos malos’ le cantaron a la luna y el sol, dos calles estrechas y empedradas que corren paralelas por el viejo San Juan. ‘La radio bemba’ popular relató que estaban saturadas de prostitutas, malandros, casas de citas y bares de mala muerte…

Willie Colón prefirió ubicar su música en las viejas calles boricuas porque estas, claramente, le permitían jugar más con la tradición de la violencia, haciendo mucho más global su canto, sacándolo de un contexto circunstancial para imprimirle una fuerza que iba mucho más allá de las anécdotas y las estadísticas. Y allí surgió “El Día de Mi suerte”. “Pronto llegará el Dia de Mi suerte, sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará…” era la expectativa, un mensaje para sobreponernos al mundo que nos agobia, que esperamos que cambie, pero que solo un golpe de suerte -porque los pobres a qué más nos podemos aferrar[1]podría hacer que nos cambie la vida. La certeza era clara: un día, antes de que me llegue la muerte, estoy seguro de que mi suerte cambiará…

“Es que la salsa es como un periódico, una crónica de nuestra vida en la gran ciudad y por eso habla de temas como la criminalidad, la droga, la prostitución, el dolor, el desarraigo, de nuestra historia de explotados y subdesarrollados también se le canta a la liberación de esos pueblos oprimidos. Ya no se habla de cortar caña o de la vida del campesino -aunque pueda hacerse y de hecho se haga-, sino de los problemas y del ambiente en que viven los latinos en el mundo moderno y las causas que los han llevado a ese estado”, explicaba el ‘Malo del Bronx’, Willie Colón.

Y fue allí, en medio de esas reflexiones que hacía Willie Colón, después de separarse de Lavoe a mediados de los años setenta, cuando se lleva a cabo la unión de Willie con Rubén Blades y producen en 1978 el álbum “Siembra”, el icónico trabajo musical que marca un antes y un después de la salsa social y que se convierte rápidamente en un éxito mundial. Entonces, el intérprete panameño comienza a hablar de una Latinoamérica unida como Bolívar soñó y nos advierte sobre esa ciudad de plástico, “de esas que no quiero ver, de edificios cancerosos y un corazón de oropel, donde en vez de un sol amanece un dólar, donde nadie ríe donde nadie llora, con gentes de rostros de poliéster, que escuchan sin oír y miran sin ver, gente que vendió por comodidad su razón de ser y su libertad”.

Es en ese instante cuando Blades asciende al olimpo de los salseros-filósofos, nos sacude, nos reta y nos susurra con fuerza en el oído: “Estudia trabaja y sé gente primero, allí está la salvación, pero que mira, mira no te dejes confundir, busca el fondo y su razón “. ‘Siembra’ marca un antes y un después, al determinar que era posible el transcender los límites hasta ese momento imperantes en la música popular, específicamente en la salsa misma. ‘Siembra’ en sí mismo fue un asalto artístico, una protesta musical, una marcha sinfónica de sonidos, una revolución de sueños…

Pero Rubén Blades había soltado un “numerito” que fue directo al alma del obrero, del trabajador, del hombre del barrio, de la esquina, de la calle. Un disco que sonó como un cañonazo en el corazón del trabajador latinoamericano, ese que se parte el lomo en extensas jornadas de 16 horas y se pregunta ¿hasta cuándo? Y es que “Pablo Pueblo” trabajó hasta jubilarse y nunca le sobraron chavos, votando en las elecciones, para después comerse un clavo. En una entrevista con Leonardo Padura, el artista panameño dejó clara su intencionalidad: “Lo que me impulsó fue la convicción de que yo no era el único que pensaba así; siempre asumí que no estaba solo. Porque intuí que al igual que yo, la población iba a comprender mis canciones, se iba a identificar con los temas porque hablaba de nuestras interioridades, dudas, esperanzas, frustraciones y fracasos, y de nuestro humor y voluntad para seguir adelante”.

Pero además de los ya mencionados hubo otros artistas en los años ochenta que le apostaron a una salsa con contenido, antes de que llegara la ‘salsa monga’ y con sus letras eróticas cambiara para siempre el tinglado musical. Henry Fiol, el “Blanco que canta como negro”, también apuntó a cantarle a la injusticia, a la lucha por los cuatro pesos y la soledad de ese trabajador que diariamente tiene que rebuscarse en la calle. Fiol siempre se preocupó por la temática social. En su versión de ‘Ahora me da pena’ relata la dura faena que era trasegar la Nueva York de los años ochenta. Unos años después, ‘Picoteando por ahí’ habla del rebusque, de la lucha diaria por sobrevivir en la calle, en lo que salga.

Pero también en el 2009 lanzó “De la mano a la boca”, el disco que grabó en una plaza de mercado de Medellín y que refleja la dureza del trabajo y la angustia por llevar la comida para los hijos. Fiol fue de aquellos salseros que no le tuvieron miedo a cantarle a las injusticias, a la lucha, a los afanes en el barrio y en la calle. “Yo soy un observador y veo la lucha que hay en Latinoamérica para ganarse los cuatro pesos. Aquí el que no tiene trabajo se tira a la calle a rebuscar. Siempre he creído que la salsa no tiene que ser música de escape, puede ser música con comida, con mucho contenido”, reveló en una conversación unos años después.

En esa misma época Roberto Roena declaró su fidelidad con los desposeídos, pidió “Agüita de ajonjolí” y que lo buscaran en los arrabales que abundan por la ciudad porque “Con los pobres estoy”; Cheo Feliciano contó que cuando se llora en los entierros de mi gente pobre es porque se siente de verdad; mientras que Kim de Los Santos le cantó a ese sueño de todos los inmigrantes, a ese que se fue a dejar su vida al otro lado del río Bravo, pero que recogiendo tomates sueña con que un día progresará… “Una esperanza parte en avión, a un contrato que es un dolor, un par de brazos busca labor, porque en su tierra no la encontró” y hasta El Gran Combo nos confesó que no entendía por qué tantos van a la cárcel por robarse una gallina y al que se roba la granja nadie lo mira.

Todos estos artistas y algunos más, en suma, no se escondieron y tocaron fibras sociales, políticas y económicas. Si una música ha sido altiva y levantó la mano para decir presente, esa fue la salsa. Por eso, como le enfatizó Rubén Blades al escritor Leonardo Padura, “hay más gente buena que mala y la prueba es que todavía existe el mundo, aunque nuestra irresponsabilidad hoy esté contribuyendo a enfermarlo y herirlo, pero es irreversible y por eso resulta importante explicar, a través de testimonios, lo que aún continúa siendo relevante: la influencia de la música popular y la posibilidad que plantea como contribución al desarrollo cultural, social, económico y político de América Latina y del mundo”.

Por supuesto que hay mucha más música salsa con sentido social de las aquí descritas, pero como podrás observar nos haríamos interminables al colocarlas todas, pero no podemos dejar de mencionar a Ana Kaona, de Tite Curet Alonso cantada por Cheo Feliciano, Juan Albañil, Plantación Adentro, Justicia de Eddie Palmieri, La verdad, Obreros y Patrones del Mexicano José de Molina, Salsa Roja de José de Molina, Pueblo Latino de Pete EL Conde Rodriguez, Buscando América, Amor y Control,, La Humanidad de Ángel Canales, El Padre Antonio y su Monaguillo Andrés, La Rebelión de Joe Arroyo y La Guerra de los callaos, El 9 de enero de la Orquesta Bush y su nuevo sonido, La Pobreza de Mi Barrio de Eddie Palmieri y su orquesta La Perfecta, Salsa Roja 06 de José de Molina, Jibaro Soy de Raphy Leavitt, El Gran Varón de Willie Colón, Señora de Madrugada de Tito Rojas y muchas, pero muchas más…Finalmente, les repito la invitación para este viernes 11 de octubre, a las 10 y 30, en el auditorio Neguanje de Unimag, a que pasemos un rato agradable, escuchando varios temas de música salsa con sentido social.

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